“No puedo ir contigo”, susurró. Apenas le salía la voz de
las entrañas, a pesar de sentir que un huracán había dejado frío y desértico
todo su interior.
-Lo prometiste.
-Lo sé.
Sus ojos estaban a punto de estallar. Una mezcla entre ira,
rabia y recuerdos quería explotar y manchar de mierda toda la alfombra.
-Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Acaso hay otra?
-Siempre. Siempre la ha habido.
-¿Quién?
La fina melodía que había sido el aire que pasaba por sus
cuerdas vocales se esfumaba. Se resquebrajaba por momentos y todos sus
cimientos se hundían con ella.
-Tú. Siempre has sido tú. Todo has sido tú. Por eso, debo
marcharme.
-¿Ya no me quieres?
A continuación dijo algo de lo que se arrepentiría toda su
miserable vida.
-No, nunca te he querido.
En ese momento, el río se desbordó y donde antes hubo
fiestas apareció un gran incendio.
-¡JODIDO MENTIROSO!
Inspiró profundamente, intentando calmarse. No lo consiguió.
-¿Estás diciendo que todo ha sido fingido? ¿Nunca quisiste
pasear por la playa los domingos ni dibujar versos allí donde hacíamos el amor?
¿Quieres decir que sólo hubo una gran nada llena de cosas que no te importaban?
¿Jamás quisiste colocar mi pelo detrás de mi oreja para después besarme?
Tragó saliva para decir las palabras más duras que jamás
pronunciaría.
-Nunca. Jamás. Nunca quise hacerlo, ¿entiendes? ¡Nunca!
Perdió los estribos. Comenzó a tirar al suelo todo lo que
encontraba a su paso: un taza de té, las fotos que estaban encima del mueble del recibidor. Ella
se asustó, pero no se movió. Esperaba que él entrara en razón y se diera cuenta
de su error, y que no le confundiera a ella con todos sus fallos.
Pero eso no sucedió.
-¡Vete! ¡Aléjate de mí, joder! ¡Te odio, te odio, te odio!
Antes de salir por la puerta del apartamento, ella lo miró
por última vez.
-Adiós, Hache.
Al cerrar la puerta, ambos comenzaron a llorar.