sábado, 24 de agosto de 2013

(Nina está rota.)

“No puedo ir contigo”, susurró. Apenas le salía la voz de las entrañas, a pesar de sentir que un huracán había dejado frío y desértico todo su interior.
-Lo prometiste.
-Lo sé.
Sus ojos estaban a punto de estallar. Una mezcla entre ira, rabia y recuerdos quería explotar y manchar de mierda toda la alfombra.
-Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Acaso hay otra?
-Siempre. Siempre la ha habido.
-¿Quién?
La fina melodía que había sido el aire que pasaba por sus cuerdas vocales se esfumaba. Se resquebrajaba por momentos y todos sus cimientos se hundían con ella.
-Tú. Siempre has sido tú. Todo has sido tú. Por eso, debo marcharme.
-¿Ya no me quieres?
A continuación dijo algo de lo que se arrepentiría toda su miserable vida.
-No, nunca te he querido.
En ese momento, el río se desbordó y donde antes hubo fiestas apareció un gran incendio.
-¡JODIDO MENTIROSO!
Inspiró profundamente, intentando calmarse. No lo consiguió.
-¿Estás diciendo que todo ha sido fingido? ¿Nunca quisiste pasear por la playa los domingos ni dibujar versos allí donde hacíamos el amor? ¿Quieres decir que sólo hubo una gran nada llena de cosas que no te importaban? ¿Jamás quisiste colocar mi pelo detrás de mi oreja para después besarme?
Tragó saliva para decir las palabras más duras que jamás pronunciaría.
-Nunca. Jamás. Nunca quise hacerlo, ¿entiendes? ¡Nunca!
Perdió los estribos. Comenzó a tirar al suelo todo lo que encontraba a su paso: un taza de té, las fotos que estaban encima del mueble del recibidor. Ella se asustó, pero no se movió. Esperaba que él entrara en razón y se diera cuenta de su error, y que no le confundiera a ella con todos sus fallos.
Pero eso no sucedió.
-¡Vete! ¡Aléjate de mí, joder! ¡Te odio, te odio, te odio!
Antes de salir por la puerta del apartamento, ella lo miró por última vez.
-Adiós, Hache.

Al cerrar la puerta, ambos comenzaron a llorar.

viernes, 9 de agosto de 2013

Se me olvida dormir,
comer,
trabajar,
dejar de llorar.
Pelear por lo que quiero,
suspirar por otros labios.
                                   
                                           
Pero,
casualmente,
a ti
nunca
te olvido.
                                                                                       

                                                                                         

sábado, 3 de agosto de 2013

Peter Pan se ha dejado barba y ahora huele a whisky. Cómo notaba cada día que el recuerdo de los rizos de Wendy jamás se marcharía. Y que ni un polvo con Campanilla podría curarle.

lunes, 6 de mayo de 2013



Era verano y sin embargo nevaba. Y esperé a que la nieve cuajara bajo mi techo, sobre mis pies. Estaba en el Polo Norte a pesar de que mi piso se encontraba en pleno centro madrileño. Y en la espera me dio por pensar que no sirvió de nada los vestidos nuevos que me compré, ni las sonrisas de amor en las comisuras de mis labios. Ni las miradas cálidas que te lanzaba, ni mi largo y ondulado pelo azabache. Ni mis ojos color esmeralda, ni mis labios carmesíes besando los tuyos.  No sirvió ni la pasión con la que te hacía el amor, ni la dulzura de mis palabras con las que te mostraba cuán enamorada estaba.
Pero cuando la nieve cuajó, dejé que los fríos copos acariciaran mi cuerpo con la esperanza de que éstos, con su baja temperatura, apagaran el fuego de mi corazón. Pero no pudieron, ya que cuando te fuiste, te lo llevaste contigo.
Contigo y con tu sonrisa desértica y su cálida frialdad. Se lo ha llevado todo a su paso. Si preguntan por mí, aquí estoy. Desnuda en pleno epicentro de una tormenta de arena. Y aún así esperan que salga de entre las dunas, como un jinete apocalíptico, esperando deshacerme de ti y del aroma que dejaste en mis camisas. Me ahogan. Apestan a ti y a todas esas promesas que nunca cumplimos. A fresas, a nata, a las tardes de domingo comiéndonos el infinito, a las películas sin acabar. A cigarros consumiéndose.
Huelen a guerra.
A sudor.
A lágrimas.
Y a carcajadas.
El aire está contaminado allá donde me lleve la brisa. Quizá tenga que ir a contracorriente para descubrir lugares limpios de ti. Que sepan como él, a nuevas experiencias. A cosas por descubrir.

PD.: Hola, pezqueñines. Aquí os traigo un texto que hice en colaboración de Cosmos (toda una artistaza). Es la primera vez que hago esto, y, la verdad, me ha gustado la experiencia. Puede que repita pronto.
Mordisquitos.
R.

sábado, 27 de abril de 2013

-Un cuadro que un viejo rico se ha comprado sólo y únicamente para presumir. Eso es lo que eres, Vía. Te guste o no.
Dicho esto dio un portazo y se marchó sin mirar atrás. La chica de los ojos color selva se derrumbó en un rincón mientras notaba que se le empañaba la vista. ¿Cómo podía haber dicho eso? ¡Un cuadro! Sabía que estaba enfadado , y que quizá se arrepentiría de lo que había dicho, pero tenía razón. Estaba hecha para ser mostrada, exhibida. Sonreír y saludar. En eso consistía su función en el mundo. Arreglarse y estar guapa todo el tiempo, sin hueco alguno para poner mala cara o quejarse. Porque podía estar mucho peor. O eso decían. Por mucho que ella se sintiera con ganas de hundirse en un acantilado no podía mostrarlo a los ojos de los demás. "Estás continuamente bañada en diamantes, ¿qué más quieres?". "Que me quieran. Que se preocupen por mí. Que pasen noches en vela hablando conmigo. Que salten muros para verme". Pensando que jamás la querrían como ella necesitaba, vino él y cambió todo su mundo. Rompió todos sus esquemas. Saltaba edificios si hacía falta, y hablaba días y días con ella, sin importar el trabajo acumulado o el cansancio. Estaban juntos, y era lo que único que importaba. Las miles de noches que había deseado que le devorara el alma, pidiendo clemencia (y a la vez deseando que le desgarrara el corazón). ¿Debería haberle seguido? No, necesitaba tiempo para pensar. Pero... ¿cuánto tiempo sería? Porque a lo mejor tardaba demasiado. Tanto como para que las malas hierbas volvieran a crecer, aún más fuertes que antes.

miércoles, 24 de abril de 2013

Eres ese "quédate"  que tanto me cuesta pronunciar. Cada batalla perdida (con su justo premio de consolación). Heridas que no paran de sangrar y no cicatrizan, por mucho que lo intentemos.
Eres cada verso que (te) he escrito. Cada guiño o sonrisa impropia. Noches en vela inundadas de café y mi máquina de escribir. Marcas de tinta en las mejillas (y en el corazón). Mi alma resquebrajándose por el puro placer de tu presencia.